2 de febrero: Fiesta de la Presentación

  • Presentación de Cristo en el templo de Hans Holbein el Viejo, 1465-1524 (dominio público)

Esta no va a ser una conferencia, hijas mías, el tiempo no me lo permite; quiero decirles sólo unas palabras sobre las hermosas fiestas que celebraremos mañana y pasado y pedirles que se unan a nosotras para obtener del Corazón de nuestro divino Maestro una gracia que pedimos no sólo para su mayor gloria y el bien de la Sociedad, sino para ustedes muy en particular. Redoblen pues el fervor en esta noche en que les permitimos la adoración y mañana; y para que sus oraciones sean infalibles ofrézcanlas al Corazón de Jesús por el de su Santísima Madre. 

Pero no se contenten con rogar, esfuércense por imitar sus virtudes, en especial aquellas de que nos da ejemplo en el doble misterio de la Presentación y de la Purificación.  Admiremos un momento estas virtudes para animarnos a practicarlas: veamos a María que entra en el Templo llevando en sus brazos la adorable ofrenda que va a presentar al Señor. Nadie da importancia a su llegada, ni el Sumo Sacerdote que ve un niño y una mujer como todos.  Sólo Simeón y Ana iluminados por el Espíritu Santo, reconocen bajo estas humildes apariencias al Mesías prometido a Israel, y a su divina Madre. Ay hijas, siempre ha sido y es bien pequeño el número de los servidores de Dios que se dejan guiar por el Espíritu Santo, fuente única de todo bien, comparado con el número de los que lo olvidan y siguen sus pasiones; pero en ese corto número, más escasas aún son las almas fieles en verdad. Ustedes son de este número, pues Dios ha multiplicado los milagros para quitar los obstáculos que les impedían seguir la dulce invitación de darse del todo a El y tiene por consiguiente el derecho de exigirles esta prueba de un justo agradecimiento.

Tres víctimas se ofrecen hoy al Señor: admiremos primero con qué generosidad el Santo Niño Jesús se presenta a su divino Padre y acepta para su gloria y la salvación del mundo las humillaciones de su vida oculta, los crueles dolores de pasión, las ignominias de su muerte en la cruz. María escucha resignada la profecía del santo anciano Simeón, que comienza a hundirle la espada de dolor en su corazón; y por fin el santo profeta feliz de haber visto al salvador, ofrece a Dios el sacrificio de su vida.

Hijas mías, nuestro divino Maestro, no quiere inmolarse solo; pide víctimas que lo acompañen en su sacrificio y ¿quiénes serán estas víctimas sino las almas religiosas, las que se han consagrado al Corazón de Jesús y que están destinadas a ayudarle en la salvación de las almas?

Con qué humildad se ofrecen Jesús y María; nuestro divino Maestro entra en el Templo de su Padre por primera vez ¿no sería justo que recibiera en parte los honores que se rinden a este gran Dios, siendo la segunda Persona de la adorable Trinidad? Se le deben doblemente puesto que comparten con El las adoraciones y los homenajes que los ángeles le ofrecen en el cielo. Pero no, El quiere ser desconocido y que los hombres no vean sino la apariencia de un pobre niño. Y María, la criatura más perfecta y santa que Dios se complació enriquecer con los dones más preciosos, se presenta como una mujer cualquiera, ofrece como los pobres un par de tórtolas y contenta de ser pura a los ojos de Dios, se oculta a los hombres bajo la aparente necesidad de la purificación; esa virginidad que aprecia más que la maternidad divina.

Y ¿qué decir hijas mías ante tales ejemplos?  y ¿por qué nos cuesta humillarnos cuando la humillación nos es debida en justicia? es que no meditamos bastante la vida de nuestro divino Maestro y de su santa Madre, pues si estuviésemos bien penetradas nuestra conducta las reflejaría en algo.

Otra lección encontramos en este misterio: la obediencia a la ley.  La de Moisés ordenaba que a los cuarenta días de nacido el niño varón lo llevasen al templo para ofrecerlo al Señor y al mismo tiempo se purificase; en el tiempo prescrito vinieron Jesús y María sin omitir el menor detalle; aunque a ellos no les tocaba, puesto que Jesús era el autor de la ley y podía dispensar a María.  ¿Por qué pues esta fidelidad que encontramos en toda la vida de nuestro divino Maestro que dijo de sí mismo “que había venido no para destruir la ley sino para cumplirla hasta una jota”?  Para enseñarnos a ser fieles en especial a nosotras que tenemos la felicidad de seguir una regla que es la ley de nuestro divino Maestro. Seamos a ejemplo suyo religiosamente fieles, sin faltar, no sólo a los puntos más importantes, pero ni aún a los que nos parecen menos útiles, juzgados según el mundo y que son grandes ante Dios. Temamos faltar a una recomendación, a un uso establecido. Si nos cuesta, miremos al niño Jesús llevado al Templo por su santa Madre, para obedecer a la ley, y rogémosle que nos dé esas virtudes que quiere que practiquemos y que nos harán dignas de agradarle y de trabajar por la salvación de las almas. 

Por fin hijas mías, este domingo de Septuagésima, principio del tiempo de penitencia para la iglesia, es un nuevo motivo para aumentar el fervor y fidelidad a fin de consolar al Corazón de Jesús por los ultrajes que recibe de los mundanos y que quizá algunas de nosotras le hicimos en otra época.  Termino recomendándoles que recen mucho, en especial por las obras y por los pobres pecadores a fin de que el Señor los ilumine y los atraiga a Sí.

Magdalena Sofía Barat
29a Conferencia
Víspera del Primer Viernes y antevíspera de la Purificación
31 de enero, 1833
 
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