Este año, 2014, la Hermana Kathleen Conan RSCJ comienza su carta con el contexto en el que llegamos a esta fiesta:
Algunos acontecimientos de nuestro mundo son esperanzadores. Al interior de la familia del Sagrado Corazón, la gran cantidad de apoyos recibidos para ayudar a la provincia de Congo en la reconstrucción de Mbansa Mboma tras su incendio, manifiesta nuestra solidaridad internacional. A nivel más amplio, la muerte de Nelson Mandela ha sido, para mucha gente, una llamada a renovar su compromiso en la búsqueda de la verdad con justicia y la fe en el poder del sufrimiento convertido en vida para los demás. El descubrimiento de nuevos planetas en nuestro universo nos llama, más allá de nosotras mismas, a una nueva comprensión de nuestros contextos y de nuestras relaciones. En tantos lugares, la sociedad civil mantiene su compromiso de promover una transformación de las estructuras sociales, políticas y económicas para el bien de todos.
Al mismo tiempo hay muchas situaciones que siguen sin resolverse. Ahora acuden a mi mente la República de África Central, Siria, Ucrania, el norte de Nigeria y Tierra Santa. El tifón Yolanda, el deshielo de los glaciares de la Antártida, la sequía en diversos lugares de África, claman por una nueva relación y nuevas opciones respetuosas del medio ambiente. Además se mantiene la angustia por el dolor, que sigue vivo, de la desaparición del vuelo 370 de Malaysia Airlines y del hundimiento al sur de Corea del ferry Sewol, en el cual muchos jóvenes perdieron la vida.
En medio de todo esto, con una claridad irresistible y penetrante, el papa Francisco nos llama a situarnos en el corazón de nuestro ser de cristianos: en una relación personal con Jesús que modele nuestras actitudes y nuestras opciones para que salgamos al encuentro de los que sufren, de los excluidos y de los marginados con ternura, compasión y decisión. Nos llama, y llama al mundo, al diálogo y a una distribución justa de los bienes, a la reconciliación y la paz como características del estilo de Dios. En la medida en que vivimos con profundidad la espiritualidad del Evangelio experimentamos y participamos de su alegría (Evangelii Gaudium).
En este contexto eclesial y mundial llegamos a nuestra fiesta, renovando nuestra promesa de ser parte del despliegue de vida y amor de Dios.