Méritos de la Pasión de Nuestro Señor

  • Foto por Kimberly King rscj (USC)
Especialmente nosotras queridas hijas, debemos tener una profunda devoción a los misterios de la Cruz, pues como saben fue en último acto de crueldad ejercido sobre la persona adorable del Salvador, en el que nació la Sociedad, cuando se reveló en cierto modo la devoción al Sagrado Corazón.  Ya no quedaba en Jesucristo sino el corazón que no estaba herido; no podía serlo sino por milagro antes de la muerte del Señor.  Todo su cuerpo era una llaga, y según la expresión del Profeta, desde la planta de los pies hasta la cabeza, no quedaba en Él parte sana.  Sus pies y manos estaban atravesados por clavos, su carne adorable estaba destrozada por la flagelación, agudas espinas coronaban su cabeza.  ¡Cómo hubieran visto las espinas de la santa corona!  Son gruesas, como del largo de un dedo y hundidas hasta el nudo!!!  Figúrense qué intolerables sufrimientos soportó!
 
Les decía pues que sólo el corazón quedaba intacto, pero nuestro divino Maestro que quería entregarse del todo permitió que un soldado cruel abriese este costado que debía servirnos de asilo e hizo correr así las últimas gotas de sangre que le quedaban a Jesús.  Cómo es posible hijas que este recuerdo nos haga una impresión sólo pasajera?  Por qué? Porque no penetramos con frecuencia en estos pensamientos, no nos llenamos de amor hacia Dios, porque nos dejamos llevar de ideas profanas, vanas o inútiles.  La falta de reflexión nos impide penetrar estos misterios, gustarlos prácticamente.  Es inconcebible que al ver sufrir a una criatura, por poco que sea comparado con los sufrimientos del Hombre-Dios, o cuando oímos el relato de los mártires, quedamos penetradas de dolor y admiración y hasta compartimos sus angustias.  Cuánto más debería excitar nuestros sentimientos y llenarnos de amor el recuerdo de la Pasión y tormentos de la Cruz.  Sólo por ella hijas, obtendremos el espíritu de nuestra vocación, nuestro cielo depende también del estudio de Jesús y de la unión a su Cruz.
 
Recuerdo un pensamiento de San Bernardo, uno de los santos que más escribió sobre la Pasión con admirable unción.  “Derramo, escribe, lágrimas de gratitud y alegría cuando pienso en el pecado de nuestros primeros padres; es en verdad ‘feliz culpa’ pues en vez de un paraíso de delicias que nos hizo perder, nos valió uno mil veces más hermoso en la posesión de Jesús”.  Es verdad, pues sin la caída de Adán y Eva, Dios no se hubiera hecho conocer tan íntimamente, como lo hizo por Jesús; no tendríamos ni la Cruz ni el altar.  Sin duda que Dios para recompenar la obediencia de nuestros primeros padres les habría permitido comer el fruto prohibido, del que habrían sacado fuerza y vida, mil bienes temporales y la excepción de la muerte y de las enfermedades.  Este árbol habría sido para nosotros el árbol de vida.  
 
Pero desde que el Hijo del Hombre se revistió de nuestra naturaleza, para expiar el pecado de Adán, desde que vivió familiarmente con nosotros, desde que se hizo uno de nosotros, que tomó todos nuestros dolores y debilidades, se acercó de su criatura mucho más de lo que lo había hecho en el primer paraíso; y puso a nuestra disposición un verdadero paraíso, cuya posesión depende de nosotros. 
 
Sí, tenemos también un árbol de vida que es la Cruz!  Los bienes que nos da son de otra naturaleza que los primeros, mucho más preciosos.  No nos da los mismos goces de la naturaleza, pero el amor puede cambiar esta Cruz en un Paraíso de delicias…. 
 
No es acaso en la Cruz donde los santos encontraron su felicidad? San Francisco Javier y San Francisco de Asís sobreabundaban de alegría en el sufrimiento y los mártires se regocijaban con San Pablo de haber sido juzgados dignos de sufrir por Jesucristo.  No les pido hijas que hayan llegado a esta perfección, algunas están empezando y las más antiguas están lejos de la perfección, es preciso que siquiera tendieran a esta vida y uno de los medios más seguros para lograrla es una gran fidelidad al silencio.
 
Aquí interrumpieron a nuestra Reverenda Madre que nos prometió seguir otro día, pero sus ocupaciones no lo han permitido. 
 
Sta Magdalena Sofía Barat
97a. Conferencia
Paris, 27 Marzo de 1852
 
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