María Luisa Navarro (Chiri)

Soy una mujer con dos nacimientos, una mujer nacida y re-nacida.

El primer nacimiento tuvo origen por decisión de mis padres en Madrid el 3 de mayo de 1942.  El segundo, el renacimiento fue el fruto de mi decisión, de mi elección al vivir entre el pueblo venezolano y se concretó con la adquisición de la nacionalidad venezolana el año 1990.  En las raíces españolas se injertó la savia venezolana generando en mí una gran simpatía multicultural y un amor especial por el pueblo de Bolívar y el pueblo del Quijote.

Nací en un hogar lleno de mujeres, el único hombre mi papá.  Me cuentan de su cara decepcionada cuando supo que tenía otra hija niña.  Sin embargo, la experiencia que tengo era de su ternura y cercanía con sus hijas. Viví desde el principio una sensibilidad especial como mujer y como hermanas.  Fuimos muy unidas y nos apoyábamos y defendíamos como grupo en todas las situaciones de la vida.  

Otra experiencia fue nacer y vivir en un hogar “artesano”:  en casa se hacía todo.  Mamá cosía y nos vistió a todas siempre hasta llegar a confeccionar el vestido de novia de mi hermana.  Mi papá pintaba cuadros que me entusiasmaban, yo le ayudaba con los colores de la paleta y él los mezclaba y transformaba en paisajes, retratos, marinas y bodegones.  Desde pequeña comprendí que la vida era de colores que se entremezclaban para existir con sentido. 

Otro recuerdo:  amaba especialmente las plantas, las cuidaba, las regaba y hablaba con ellas.  Fue después cuando me descubrí con una intensa conciencia ecológica que ha orientado muchas elecciones en mi vida.

Me eduqué en el Colegio del Sagrado Corazón (Madrid) y allí aprendí a vivir desde el afecto, desde el corazón.  Por ello cuando llegó el momento de elegir mi camino en la vida, me decidí por las dos grandes experiencias de mi historia:  ser hermana y vivir desde el corazón.  Hoy soy Hermana del Sagrado Corazón, una congregación con muchos años de historia, desde el año 1800 hasta hoy.  

Fue a los 20 años que yo me integré en su caminar.  Desde el principio elegí trabajar como educadora, pero no en colegios sino en pueblos donde eran más difíciles las posibilidades.  Siempre participé en el proyecto de Educación Popular donde me llamaba el corazón y la intuición.  Mis primeras experiencias con la vida dura del pueblo rural fue la aldea de Castañuelo, Huelva, al Sur de España.  Allí admiré el valor de las mujeres y aumentó mi amor por la naturaleza.  Me descubrí creativa para enfrentar situaciones y enlacé mi vida con las luchas del pueblo.  

De ahí me llevó una llamada al Oriente de Venezuela, a la Península de Paría.  Corría el año 1974 y tenía entonces 30 años.  La separación familiar y de mis raíces dolió, pero era más fuerte la vocación y cierta atracción por la aventura y el riesgo que habitan mi modo de ser.

Desde el principio trabajaba en equipo con la comunidad de hermanas y comprendí que el amor se concreta en proyectos históricos situados y compartidos.  Para responder a la llamada del pueblo, diseñamos una comunidad itinerante que vivía un tiempo determinado en cada lugar y apoyaba los proyectos propios del pueblo.  De este modo nos constituimos como enlace entre diversos grupos y programas.  En Paria seguí admirando y descubriendo a las mujeres venezolanas, su resistencia y su valor.  Me dolió la injusticia y la desigualdad.  

El año 1980 pasé a integrar la comunidad de El Peñón, en Cumaná.  Un pueblo barrio de pescadores que se iba progresivamente anexando al desarrollo de la ciudad.  Allí, trabajando en equipo dentro de la Educación Popular, fuimos dando a luz un Centro Comunitario como espacio de encuentro para diversos proyectos populares en el barrio.  El Peñón es el lugar donde vivo hoy.  

Un dato para relatar: he trabajado durante ocho años entre las mujeres del centro penitenciario de Cumaná, en un programa educativo.  Esta tarea la vivo como realidad y como símbolo en el atardecer de mi vida: amo la libertad, siempre la he amado y trabajar con las mujeres de la cárcel supone para mi defenderla y crear condiciones para vivirla.  He aprendido a vivir más libremente a partir de mi relación con las mujeres reclusas,  he descubierto con sorpresa y admiración que aún entre rejas podemos ser libres.  ¿No es ésta una parábola de nosotras las mujeres, de nuestros pueblos, en nuestra historia latinoamericana de hoy?

En el año 2005 participé en la postulación para el premio Nóbel: “Mil mujeres por la Paz”.  Esta postulación significa que se valora y se reconoce el vivir con vitalidad, con gusto, con simpatía y con amor, no las grandes hazañas sino el diario cotidiano.

¡Acaso vivir, no es ya una hazaña!

 
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