Cuando era pequeña, mi padrino me regaló un retrato de una niña rezando que decía ”Señor te pido por la felicidad de todos los seres del mundo.” Es increíble, pero al parecer ese deseo ya lo había puesto Dios en mi corazón muy profundamente. No es que fuera una niña angelical, para nada, fui bien normal. Me gustaba jugar, estudiar, pelear con mis hermanos por supuesto, pero era amistosa; y hasta el día de hoy, valoro y cuido mucho a quienes Dios me regala como amigos/as.
Soy Bernardita Zambrano Chávez. Vengo de un lugar llamado Cañete, en el sur de Chile, una ciudad hermosa, cerca de ríos, lagos y mar. Mis padres Pedro y Berta, aun viven allí, tengo dos hermanos Cristian y Pedro, ambos casados y me han regalado la alegría de tener cinco sobrinos.
Mi inquietud por la vida religiosa apareció como a los 15 años, al conocer a Jesús y su evangelio, cuando yo participaba de actividades de Pastoral juvenil junto a los hermanos de los Sagrados Corazones. Para entonces, ya leía con entusiasmo mi primera Biblia Reina Valera, regalo de mi tía protestante para mi Primera comunión. Mi madre, también en algún momento de su vida participó de una Iglesia protestante. Mi padre, en cambio, fue quien nos regaló la experiencia de ser católicos, pero me he enterado que cuando joven también anduvo en búsqueda de Dios por otras iglesias.
Aunque Dios golpeó a mi puerta ya a los 15 años, yo tenía claros mis planes para el futuro: quería desarrollarme como mujer, como profesional y tenía también el deseo de formar una familia, tener hijos e independencia económica. Estando en la Universidad viví momentos claves para mi, un profundo conflicto con Dios y también un hondo reencuentro. Para ir a la Universidad tuve que salir de la casa de mis padres, a una ciudad más grande, hacerme cargo de mi misma y ser responsable con los estudios. No fue fácil aprender de esa nueva libertad. Tenía muchos distracciones. En momentos me sentí muy sola y fue como si Dios también guardara silencio por largo tiempo. Recuerdo que iba a misa solo para decirle con rabia: “Tú te olvidaste de mi, pero aquí estoy para que me recuerdes.”
En el momento más complejo, donde yo sentí que iba casi todo mal: mis estudios, relación con los amigos, el amor, la amistad; apareció la invitación para participar de una comunidad de vida cristiana(CVX). Y allí, de a poco, volví a sentir que Jesús me salía al camino para decir: “no estás sola, quiero acompañarte en este desafío y en todos los que vengan.” Esa comunidad fue para mi: ternura, calidez, fuerza, compañía y búsqueda de Dios y de lo que Él quería para cada uno de nosotros. Luego, una de las jóvenes de la comunidad me invitó a acompañarme espiritualmente con una religiosa; entonces conocí a Sofía Baranda rscj. Ese tiempo lo recuerdo como sagrado, fue entrar en mi interior, en mi historia y volver una y otra vez a mirar a Jesús para aprender de verdad lo que significa ser humana.
Mientras trabajaba ya como profesional Ingeniera comercial, tenía mi pareja y me sentía ya independiente económicamente, comencé a trabajar en mi Parroquia junto a unas amigas formando un grupo de pastoral juvenil. Fue un tiempo precioso, donde comenzó de nuevo el Señor a hablarme al corazón. Ya había cumplido mis metas, me sentía en armonía, comencé a poner en la balanza mi trabajo, que entonces era muy bueno ayudando con financiamiento y formación a microemprendedores de bajos recursos, versus, mi trabajo pastoral ayudando a los adolescentes a desarrollarse como personas y a descubrir a Jesús como camino de vida.
Comencé a sentirme llamada una vez más a la vida consagrada. Pensar en ello me daba entusiasmo y alegría pero también vinieron muchos temores, todas las renuncias que suponía la vida religiosa. Fue un tiempo vertiginoso que sólo se calmó cuando me puse totalmente en las manos de Dios. Lo que vino después lo viví con mucha paz y dando razones a varias personas cercanas que no entendían que dejara mi trabajo, mi profesión, mi tierra, mis padres, para consagrar la vida entera a Dios y al anuncio de su Reino. Para mi madre fue difícil, a veces todavía lo es, al no ser católica le cuesta entender una entrega como la mía. Pero hoy mis hermanas religiosas son parte también de mi familia. El conocimiento mutuo ha disipado distancias, incertidumbres, temores y ha dado espacio al cariño, la cercanía y la preocupación mutua.
Relatar todo lo que la vida como religiosa o “monja” (como se nos llama frecuentemente en Chile) me ha regalado, no cabría en un libro, pero lo más importante ha sido un camino en Dios amplio, novedoso, reposado por medio de la oración, que cada día me invita a explorar y ensanchar el corazón para aprender a amar más. Me ha regalado hermanas, mujeres de corazón, con las cuales sueño con una humanidad más amable donde se cuida especialmente a los más frágiles. Me ha regalado muchas y muchos compañeros de camino con los que busco y anuncio al Dios de la vida.
También, en todos los lugares donde he estado, me ha regalado personas a las que he amado profundamente, que son parte de mi corazón hoy, en ello especialmente a quienes conocí en mi experiencia internacional en la India, como olvidar a Shanti, Angel, Roshan, Shroti, Rina, Ariam, Vijay, Allena y mis hermanas queridas rscj: Sushma, Daphne, Vimala, Lili, Valeria, Jhoty, Shalini, Tureeya…sólo por nombrar a algunas.
Muchos nombres en mi corazón, mucho amor de Dios recibido y entregado, muchos aprendizajes… Una vida entregada, usando la creatividad para anunciar a Jesús a los jóvenes, usando mis talentos para la misión de la Iglesia, usando mis habilidades de relación para ser puente entre realidades y mi ser mujer para pensar y anunciar a Dios con mirada femenina.
Todo esto con una sola certeza, Su Amor y Su promesa:
"Los montes podrán desplazarse, las colinas podrán removerse, mas mi amor no se apartará de ti, ni mi alianza de paz se moverá - dice Yahveh, que te quiere" Isaías 54, 10