Dolly Kumrawat

  • Dolly Kumrawat

Cada vez que pienso en cómo Dios me ha traído hasta aquí, estoy asombrada y llena de gratitud porque Él siempre ha sido la fuente de mis anhelos más profundos, y el único que puede colmarlos.

Cuando elegí responder a la llamada a la vida religiosa, experimenté un gran sentido de paz y confianza, sabiendo que Dios obraba asiduamente en cada obstáculo que se interponía en el camino de mi elección. Sólo puedo maravillarme de todo lo que Dios ha hecho y sigue haciendo por mí.

Crecí en la aldea católica de Khurda, a unos sesenta kilómetros al sur de Indore, Madhya Pradesh. Está situada cerca de un pequeño río y rodeada de pequeños caseríos y de colinas arboladas.

La nuestra era una familia unida, y mis padres y mi abuela me inculcaron un gran amor por Jesús y Su Iglesia, plantando así las raíces de mi vocación. También me inspiraron las Hermanas FSMA y los Padres SVD, quienes trabajaban en nuestra área. Su caridad cautivó mi corazón, y sentí un fuerte deseo de vivir una vida como la de ellos.

Como mi familia no era muy acomodada y yo era la mayor de dos hijas, decidí tomar un trabajo de enseñanza, incluso mientras continuaba participando activamente en la parroquia y en el grupo de jóvenes. Día a día, sin saberlo, el amor de Jesús crecía en mí y mi fe se hacía más fuerte.

Mi admiración por lo que las religiosas y los sacerdotes de nuestra aldea hacían por los pobres y necesitados era cada vez más profunda, y deseaba ardientemente ser como ellos. Empecé a desear algo más, algo diferente, algo que la vida, tal como la veía, no podía darme. Mi corazón buscaba algo diferente, pero no sabía qué.

Muy a menudo pensaba en el estilo de vida que vivía Jesús - Él ayudaba a la gente, los entendía sin juzgar, amaba tanto. A medida que crecí también me sentí atraída fuertemente a la Crucifixión. A menudo experimenté el deseo de orar o de sentarme al lado de la cruz.

Pero la vida no siempre es un lecho de rosas; también hay espinas. Descubrí que mi vida no era sin complicaciones. Como miembro que ganaba dinero en mi familia, asumí muchas responsabilidades y riesgos para ayudarles. Pero cada vez que luchaba o me sentía preocupada, siempre iba a la Iglesia a orar.

Una noche estaba orando, como de costumbre, pero con el corazón apesadumbrado.  Solamente contemplaba el Crucifijo desde lejos, derramando mi corazón a Jesús. Entonces, oí una suave voz en mi corazón, "¿Por qué lloras, querida? Ven a mí y te daré descanso".

En ese momento, sentí el poder de la gracia de Dios tocándome, y un nuevo valor para decirle "SÍ" a Él y responder a Su llamada. Este fue el comienzo de mi vocación. Oí una voz en mi corazón: “No me elegiste tú; soy yo quien te eligió.”

Si, Su amor me transformó y todavía me sigue transformando.

Hoy me siento muy privilegiada de ser una RSCJ. Agradezco a la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús por aceptar mi llamada a ser religiosa. Con mis hermanas RSCJ, deseo continuar la misión del Señor - transformar y empoderar a mujeres y niños, especialmente, a través de la educación, guiando y dirigiendo a jóvenes.

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