El Sagrado Corazón y su aporte a la educación de la mujer en Chile

  • La Primera Comunidad (1853): Mary MacNally, Ana du Rousier, Antonietta Pisorno
  • Colegio Sagrado Corazón Concepción: Ana Ramos rscj, Claribel Aguirre, Nunciación Elmes rscj, Yerka Ivulic rscj
  • Colegio Sagrado Corazón Apoquindo: Eugenia Valdés rscj, Bernardita Zambrano rscj, Bernardita Délano rscj, Ma. Inés García rscj, Jessie Muñoz rscj
  • Compañeras laicas durante la misa en Antofagasta
  • Comunidad de Antofagasta: Sandra Cavieres rscj, Queny Gredyg rscj, Elvira Villarroel rscj, Ofelia Avello rscj, con la Provincial Sofía Baranda rscj
Las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús  celebramos el año pasado 160 años de  presencia en Chile, acontecimiento que nos invita  a buscar en la historia, con la mirada de hoy, lo que nos confirma y renueva en nuestra vocación evangelizadora y educadora en nuestro país. Reconocemos que es un momento especial para compartir la riqueza y la fuerza del legado de las fundadoras que llegaron desde Francia a nuestras tierras el año 1853.
 
Tres mujeres consagradas: Ana du Rousier, Antonieta Pissorno y Mary MacNally, fueron las primeras enviadas por Santa Magdalena Sofía Barat, fundadora  y superiora general de la Sociedad del Sagrado Corazón, quien recibió la invitación del entonces  Arzobispo de Santiago, Rafael Valentín Valdivieso en el año 1851 para que viniesen a educar a las jóvenes en nuestro país. Con la llegada a Santiago el 14 de Septiembre de 1853 de estas religiosas se abría una larga trayectoria educativa para las mujeres chilenas y una fecunda misión en la Iglesia de evangelización del pueblo y formación de laicos.
 
Ana du Rousier y su contribución a la educación de la mujer chilena
 
Así, como en Francia  después de la revolución, en Chile  del siglo XIX, la educación femenina  adquirió gran relevancia para la Iglesia y la sociedad civil, creciendo el reconocimiento de la mujer como agente educativo desde la familia, especialmente en la transmisión de los valores evangélicos.
 
El 2 de febrero de 1854, a petición del presidente Manuel Montt, se instala la primera Escuela Normal para mujeres, a cargo de las Religiosas del Sagrado Corazón, cuyo objetivo era formar maestras para confiarles  la educación de las niñas en las escuelas públicas. 
 
Ana du Rousier al hacerse cargo del pensionado y la escuela gratuita del Sagrado Corazón, junto con la primera Escuela Normal de Preceptoras de Chile, acepta un gran desafío para la misión de estas tres religiosas que deben aprender el español, conocer la cultura chilena y adaptar su filosofía educativa a las necesidades del país. Ellas pondrían sus propias condiciones: su programa y método no sólo implica la trasmisión de conocimientos según el plan de estudios propio, sino una reglamentación de la disciplina, del tiempo de estudio y de descanso, la puntualidad y la higiene personal, el hábito del trabajo manual y la oración… en fin, todo un estilo educador que las  niñas chilenas no conocían.  La calidad de la educación impartida por las Religiosas del Sagrado Corazón en los colegios particulares y gratuitos y en la educación pública a través de la Escuela Normal, es fruto de  la experiencia de más de 30 años de Ana y sus compañeras en el ejercicio de la docencia en Francia, Italia  y los EE.UU.
 
Para Ana du Rousier, Antonieta Pissorno y Mary MacNally, la Escuela Normal de Preceptoras, primero la de Santiago y luego la que el gobierno les pidiera en Chillán, las llevó,  desde la precariedad de sus inicios, a vincularse estrechamente con las autoridades estatales e involucrarse en temas contingentes propios de la  secularización.  Durante los 30 años que el Sagrado Corazón estuvo a cargo de la formación de las primeras profesoras de nuestro país, pasaron por ella más de 500 maestras normalistas de distintas partes de Chile que luego iban a realizar su misión a los lugares más apartados.  
 
Y hoy  ¿en que estamos las Religiosas del Sagrado Corazón? 
 
A la muerte de Ana du Rousier, el 28 de enero de 1880, después de 30 años de trabajo intenso, largos y costosos viajes, encuentros y desencuentros con los distintos gobiernos, inmensos esfuerzos para fundar, construir, implementar y perfeccionar sus colegios, dejaba escuelas gratuitas, colegios particulares y escuelas normales en Santiago, Talca, Concepción, Chillán, Valparaíso, Lima y Buenos Aires. 
 
La herencia de estas mujeres educadoras, pastoras, doctores, fundadoras y misioneras, desde sus inicios fue viva, dinámica y fecunda y hasta hoy sigue abriéndose a nuevos campos de misión en nuestra Iglesia acompañando la historia y el actual contexto político, cultural y social de Chile. En fidelidad y respuesta a la  invitación que el Concilio Vaticano II hizo a la Vida Religiosa de volver a sus fuentes, las Religiosas del Sagrado Corazón nos abrimos a la rica amplitud de la misión educativa que trasciende la educación escolar. La formación de mujeres, jóvenes, niños y hombres, de comunidades, organizaciones y familias, se vive en cada  encuentro transformador con el otro, su cultura y sus sueños. La vida religiosa salió de la clausura para vivir en medio de los pobres y, con la misma audacia y pasión por la educación y el anuncio del Corazón abierto de Jesús amando, sanando y reconciliando, se hace luz del Evangelio.
 
Seguimos cruzando fronteras, buscando los lugares apartados donde podemos educar, hacer la vida más digna, consolar con la presencia amorosa de Jesús, levantar mujeres, crear con los niños y los jóvenes, construir comunidades de esperanza, trabajar por la vida fraterna. Y lo queremos hacer aprendiendo unos de otros, sumándonos al esfuerzo de otros, buscando espacios donde sean posibles las pequeñas transformaciones de la realidad, en organizaciones, comunidades y vecindarios, en las parroquias, instituciones y colegios, en la Iglesia y la sociedad civil.
 
Tenemos la certeza que la educación es un medio para renovar la sociedad, porque actúa en el corazón de la persona, su acción pensada y planificada se desarrolla en la historia, y se modifica y recrea en dialogo con los desafíos del mundo presente.  
 
Hoy la herencia educadora de Santa Magdalena Sofía sembrada con audacia y valentía por Ana du Rousier, Antonieta Pissorno y Mary MacNally en nuestra tierra, en tantas mujeres de ayer y en tantos jóvenes de hoy,  sigue siendo un aporte y una respuesta a las miles de preguntas que nos hacemos sobre la educación en Chile. Cualquier camino, modelo o proyecto con el que queramos hacer de nuestros niños y jóvenes personas plenamente desarrolladas, responsables socialmente y con vidas sostenidas por un sentido sólido y fecundo no puede dejar de buscar lo que ellas buscaron y entregaron:
 
“que cada persona se abra a la verdad, al amor y a la libertad, 
 que descubra el sentido de su vida y se entregue a los demás, 
 que colabore creativamente en la transformación del mundo,
 que viva la experiencia de amor de Jesús,
 que se comprometa en una fe activa.“      (Constituciones #11)
 
Guillermina Luza  rscj
Doris Villegas  rscj
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