En efecto, el exilio, sean cuales sean las razones, hace que más de 100 millones de personas vivan hoy una verdadera Pascua, una travesía, un paso por fronteras mortalmente difíciles. Y si miramos más de cerca, es toda la vida de un migrante la que resuena con el misterio pascual.
Entre los dos, gritos de la agonía y la alegría de la Resurrección, se nos impone un doble movimiento: unirnos a ellos con todas las formas posibles de hospitalidad (del corazón y de la vida cotidiana) y aprender de ellos.
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