Maribel Carceller

Pienso que desde el principio de mi querer ser religiosa, estuvo también el deseo de ser misionera. Recuerdo vívidamente ese momento íntimo cuando recibí mi primera comunión y, con mi corazón ardiendo, decía a Jesús que acababa de recibir que me daría enteramente a él y sería misionera más allá de las fronteras de mi país, en tierras lejanas. Más tarde identifiqué esa tierra lejana con África. ¡Iba a ir, amar y servir en África! Sí, así es como Jesús me atrajo. Incluso hice una carrera de cinco años en la Universidad para tener una licenciatura en Ciencias que me preparase tanto para enseñar como para practicar la Enfermería. Desde entonces, después de haber rechazado una propuesta seria de matrimonio, empecé a buscar una congregación que me asegurase el envío fuera de Filipinas. La Sociedad del Sagrado Corazón era el grupo perfecto. Era una congregación internacional, no estaba establecida en Filipinas todavía PERO tenía ya varias casas en África. El Jesuita que me presentó a la Sociedad me hizo leer su historia; después las vidas de Magdalena Sofía y Filipina Duchesne. Instantáneamente me enamoré de sus vidas y de su espiritualidad y allí me fui, a Japón, donde tenían el Noviciado Internacional para la Provincia del Lejano Este. 

Allí me encontré con la Hermana Brígida Keogh que era la Superiora Provincial entonces y que fue una figura clave en los primeros tiempos de formación de mi vida religiosa. Incluso aunque la carta en que me presentaba no le había llegado, me acogió cálidamente cuando llegué a las 2 de la mañana del día 25 de Mayo, 1965, la fiesta e Santa Magdalena Sofía. 

Estaba deseosa de encontrarme con ella en privado a la mañana siguiente para expresarle que había elegido entrar en esta congregación porque quería ser misionera y ser enviada a África. Su respuesta me confundió y sorprendió. Sonrió y me dijo: “cuando entras en la vida religiosa has de hacerlo sin condiciones. Es como si dieras a Dios un cheque en blanco”. Luego volvió a sonreír asumiendo que había entendido las consecuencias de lo que acababa de decir. Yo no podía creer lo que estaba oyendo. Entonces me dijo que me diese prisa porque íbamos a tener reunión para la fiesta con las Alumnas del Sagrado Corazón y con la Princesa Michiko (ahora Emperatriz) entre la concurrencia! No recuerdo mucho más de esa mañana porque mi cabeza estaba distraída. 

Entonces empezó mi auténtico discernimiento para dar a Dios un cheque en blanco, y terminó con mi “sí” incondicional. Después de algunos años y estudios, fui enviada a Filipinas y nuestra Superiora General me dijo … “Esta es tu África. Te prometo que será tan desafiante y exigente como te habías imaginado que sería en África”. Esto fue en 1970 cuando las Filipinas se acercaban a la aplicación de la Ley Marcial por el dictador Ferdinand Marcos, cosa que hizo en 1972.

Era también el tiempo posterior al Vaticano II, en que recibimos el desafío de vivir nuestra opción en solidaridad con los pobres. Fui a vivir a una pequeña comunidad de cinco jóvenes RSCJ Filipinas que vivían en un piso alquilado y que enseñaban y trabajaban con estudiantes pobres que luchaban por alcanzar la educación universitaria. En este contexto parecía natural no vestir el hábito … A diferencia de otras RSCJ, yo trabajaba para el Departamento de Asuntos Sociales y Desarrollo, como counsellor de rehabilitación y especialista en bienestar social. Formaba parte de un equipo que trabajaba para establecer cuatro centros de rehabilitación profesional y de formación en el país. En mis encuentros diarios con los ciegos, los sordos, los cojos, leprosos y otras personas con discapacidades, me sentía bendecida de estar entre “los pequeños” que pertenecen al Reino de Dios. 

En 1975 las RSCJ de las Filipinas pensaron que era el momento de evolucionar de ser una “comunidad experimental” a plantar las raíces como Congregación en el país. Entre las decisiones que tomamos estuvo la de aceptar a alguna persona de entre nosotras para que fuera nuestra coordinadora local. El grupo me nombró para este cometido y, entre mis responsabilidades estaba implementar otras decisiones del grupo, que fueron: comprar propiedad con una casa que sería nuestro centro, y empezar a aceptar vocaciones y, por lo tanto, la necesidad de empezar la formación inicial en el país. 

También en este tiempo la comunidad había empezado a asociarse a las concentraciones populares contra la Ley Marcial; estábamos involucradas en la educación política del sector religioso a través de la Comisión de Justicia y Paz de la Asociación de Religiosos Mayores, y nos afiliamos al nuevo Grupo de Presión por los Detenidos,  para hacer seguimiento de la situación de prisioneros políticos y de violaciones de los derechos humanos. “Fue el peor de los tiempos, fue el mejor de los tiempos”.

En 1983, el líder de la oposición a Marcos, Ninoy Aquino, fue asesinado. La revolución amarilla comenzó y creció rápidamente. Participamos en manifestaciones callejeras y la cúspide de las protestas alcanzó su clímax en los 4 días de Revolución pacífica del Poder del Pueblo en Febrero de 1986. Quizás la experiencia más memorable para mí fue ser una de las 3 RSCJ, las únicas religiosas, que nos metimos dentro del Campo Aguinaldo donde se habían situado los soldados desvinculados del régimen, y mantener la vigilia con ellos durante aquélla noche histórica. 

Una vez que recuperamos nuestras libertades cívicas y Cori Aquino fue empujada a la presidencia, las RSCJ Filipinas respondieron a la necesidad de desarrollo rural y empezaron una comunidad en Samar Norte, en aquél entonces la provincia más pobre del país, que sufre tifones recurrentes y siglos de negligencia gubernamental, hambre e infra-desarrollo, con la consecuente insurgencia. Si Samar Norte no era mi África, al menos sería mi experiencia tipo Philippine Duchesne. 

Me uní a la Misión de Samar en 1991 y durante los siguientes 10 años, continúe la organización de Comunidades Eclesiales de Base para la Diócesis de Catarman. Después de aprender mucho de esta experiencia, dirigí la Oficina Diocesana de Educación Política y supervisé las tres Comisiones de Acción Social de la Diócesis de la Isla de Samar. Había asuntos de diferencias ideológicas, viviendas ilegales, minas, violación de los derechos humanos y destrucción medioambiental. 

Con la inspiración de la llamada del Capítulo del año 2000 a una educación transformadora en espíritu de reciprocidad, la comunidad dio un paso definitivo en el compromiso con la gente de Samar Norte. Nos asentamos en una propiedad que llamamos Granja Sofía y establecimos la Fundación SHIFT (Instituto del Sagrado Corazón para la Educación Transformadora). Continuamos nuestra presencia en la pastoral con jóvenes, especialmente en la Universidad de Filipinas Este, la gestión de la Academia San Antonio, la escuela diocesana para estudiantes pobres, y la dirección del Centro de Aprendizaje Sagrado Corazón para niños pre-escolares. Fui nombrada directora ejecutiva de la Fundación y me dediqué a explorar formas de contribuir a proyectos que persiguieran las metas de desarrollo del milenio: cooperando con el ILO para la eliminación del trabajo infantil en Samar Norte; con el Departamento de Bienestar Social y Desarrollo en la transferencia condicionada de dinero para familias pobres; con la Comisión Nacional Anti-pobreza monitorizando proyectos en favor de los pobres. Una preocupación dentro de la JPIC de la que me he vuelto apasionada es la defensa y promoción para la seguridad alimentaria a través de la producción agrícola ecológica, y hemos desarrollado un área de demostración y aprendizaje de la agricultura orgánica en la Granja Sofía. Esto me ha llevado a un creciente interés en la espiritualidad de la creación que integro con la espiritualidad del Sagrado Corazón. 

No hay un final para la aventura de buscar con el pueblo de Dios los caminos para la Buena Noticia del Reino (el nombre de mi Probación). En mi juventud, ir a África era un símbolo para mí de la entrega total. Estoy agradecida de que la Sociedad me ha conducido a diferentes “Áfricas” y me ha ayudado a llevar a su plenitud los deseos de mi corazón. 

 

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