Ejerciendo el ministerio en Chad, un país asolado por la violencia, los disturbios y los conflictos

  • Personas protestan en Yamena, Chad, el 27 de abril de 2021, después de que Mahamat Idriss Déby se autoproclamara jefe del Consejo Militar de Transición del país. (AP/Sunday Alamba)
  • Una mujer pide limosna en una calle de Yamena, Chad, el 26 de abril de 2021. (AP/Sunday Alamba)

En un artículo publicado en Global Sisters Report, Juliette N'guémta Nakoye Mannta RSCJ (RDC-TCH) habla sobre el conflicto y la violencia en Chad, y su impacto en los chadianos, particularmente en las mujeres.

Publicado con permiso de Global Sisters Report (National Catholic Reporter)

He vivido toda mi vida en Chad, un país de la región africana del Sahel. Chad acaparó la atención internacional en 2001, cuando se descubrió el cráneo de un homínido de 6 millones de años de antigüedad. Actualmente vivo en una comunidad de Yamena, la capital de Chad. En árabe chadiano, Yamena significa "ciudad del descanso" o "de la paz".

Aunque su nombre apela a la paz, por desgracia es, como otras ciudades de nuestro país, un escenario de violencia y corrupción. El actual modo de liderazgo incita a injusticias indecibles, incluidas violaciones y abusos de todo tipo.

Me crie como católica y con el tiempo me hice religiosa del Sagrado Corazón de Jesús. Las hermanas trabajaban en nuestra parroquia y me sentí atraída por su modo de vida.

Mi padre era veterinario y mi madre trabajadora social. Me educaron para ser una mujer abierta e integradora. Nuestro apellido, N'guémta, significa misión, una vocación de amar universalmente, viendo a cada persona como hermano, hermana, padre, madre y prójimo.

Ser religiosa me ha ayudado a continuar esta misión de familia de hacer frente a los numerosos retos de nuestro querido país. Esta vocación me impulsa a aceptar el reto de ser profeta, dando testimonio y proclamando el mensaje de amor e inclusión de Dios a través de mi vida diaria, especialmente en tiempos de conflicto.

Nos identificamos como un país democrático, pero en realidad vivimos en un estado policial. La democracia chadiana se apropia  el poder de vetar la vida y la muerte de sus ciudadanos.

La violencia que estalló en octubre de 2022 ilustra este abuso de poder. Sin embargo, la violencia comenzó en abril de 2021, cuando Mahamat Idriss Déby se autoproclamó jefe del Consejo Militar de Transición tras la muerte de su padre, en el poder desde 1990.

Déby prometió que habría elecciones libres, justas y creíbles en octubre de 2022. Cuando quedó claro que esto no ocurriría, la gente empezó a protestar. Estas acciones amenazaron al gobierno porque no sabían quién estaba organizando las protestas.

Las fuerzas de seguridad de nuestra nación, encargadas de proteger a la población, respondieron a las protestas disparando municiones y gases lacrimógenos contra manifestantes jóvenes y pacíficos que sólo agitaban ramas de árbol mientras marchaban, pero a los que se acusó erróneamente de llevar armas.

Muchos informes documentaron los asesinatos, y se calcula que los militares mataron a decenas de estos jóvenes e hirieron a cientos en una masacre sin precedentes. A este suceso siguieron tres meses de persecuciones, ejecuciones extrajudiciales, detenciones arbitrarias y encarcelamiento de adultos, jóvenes y niños en la prisión de Koro Toro.

Fue una estratagema política que permitió todo tipo de violencia, incluido el saqueo de la sede del partido de nuestro ex primer ministro, Albert Pahimi Padacké. Sin embargo, la culpa de estas acciones se trasladó a los organizadores de la protesta, la oposición, Waki Tamma, y otros partidos políticos.

Nuestra comunidad religiosa sufrió estos traumas física, psicológica, moral y espiritualmente. Soportamos la violencia en nuestras propias vidas. A algunas nos costaba respirar y teníamos los ojos quemados por el gas que nos lanzaban. Todas estábamos llenas de miedo, rabia y un profundo sentimiento de impotencia ante tanta injusticia.

A pesar de estar profundamente desmoralizadas por todo ello, nos mantuvimos ante Dios en actitud de intensa oración, conservando nuestra fe, caridad y esperanza. Por el contrario, el gobierno de transición, que había tomado el control del país con la promesa de organizar un "Diálogo Nacional Soberano e Inclusivo", se reveló como un caudillo.

El trauma no hizo más que intensificarse cuando la radio y la televisión chadianas emitieron informes "oficiales" erróneos sobre lo ocurrido, en un intento de influir en la opinión nacional e internacional a favor del nuevo gobierno de transición. En nombre de aliviar las tensiones que podían desembocar en una guerra civil en Chad, tanto la opinión nacional como la internacional se confabularon con la agenda de este gobierno haciendo la vista gorda ante la verdad.

Desde enero de este año, la inestabilidad no ha dejado de aumentar. Cada vez hay más refugiados de la República Centroafricana, Sudán y Níger, además de refugiados políticos y climáticos de los países vecinos. Internamente, hay más conflictos por la tierra y violencia entre pastores y agricultores, y también ha aumentado el hambre.

Se teme que Chad se incline hacia una mayor violencia similar a la de Sudán, ya que observamos tanques y gasolina que abandonan Chad en dirección a Sudán.

Junto a estos conflictos políticos, los hogares también experimentan inestabilidad por cuestiones religiosas. A pesar de que la Constitución de nuestro país protege la libertad religiosa, con más de la mitad de la población practicando el Islam y algo menos de la mitad practicando diversas formas de cristianismo, incluida una minoría de católicos, los matrimonios interreligiosos suelen desembocar en conflictos.

Un ejemplo es el de una mujer asiática católica que conozco bien. Contrajo matrimonio con un musulmán chadiano que estudiaba en su país. Al regresar a Chad, descubrió que, debido a discrepancias sobre el pago de la dote requerida, el matrimonio se había acordado fraudulentamente.

El consiguiente conflicto entre las dos familias se tradujo en frecuentes malos tratos por parte del marido y en la insistencia en que la hija de 3 años de la pareja se sometiera a la mutilación genital femenina en el pueblo de su familia. La mujer se resistió a esta exigencia, huyó y solicitó el divorcio civil, que ganó.

Sin embargo, esta acción civil no la eximió de su interpretación de la ley y la práctica religiosas islámicas, que reconocen la validez del matrimonio y otorgan a su marido la propiedad sobre ella y su hija. Sin el permiso de su marido, no puede abandonar Chad para regresar a su país, por lo que actualmente vive con su hija en un centro de acogida sin apoyo. Este conflicto parece irresoluble.

La vida en un conflicto es dolorosa y desalentadora, y las mujeres y los niños se llevan la peor parte de sus múltiples formas. Las hermanas hacemos todo lo posible por apoyarlas a ellas y a muchas otras personas vulnerables. Creemos en nuestra misión de vivir en el amor y la esperanza, sin dejar de confiar en Dios, que ha estado con nosotras todos estos años en tiempos de conflicto y de paz.

Juliette N’guémta Nakoye Mannta RSCJ
Province of RDC-TCH