El camino de Filipina fue el del ocultarse. Animada por la intuición de anunciar el Amor en los confines del mundo, desembarca en la tierra de Louisiana, y empieza, a una edad ya avanzada, una paciente aventura de siembra. Gracias a las llamadas y a las promesas recibidas, en un diálogo valiente con los hombres de Iglesia que le son dados por compañeros y guiada por una intuición muy femenina, avanza con discernimiento. A pesar de los frutos abundantes y del rápido avance de la misión, da la sensación que solo ve el aspecto escondido y sufriente. Lleva la cruz con Jesús, mientras que la resurrección acontece en torno a ella.
Hoy nuestras tierras se vuelven pedregosas al rechazar a Dios en una cultura de la indiferencia pero, por otro lado, una sed de más humanidad y el deseo de una transición ecológica, fertiliza esas mismas tierras. ¿Qué surco abrir, qué semilla echar? La fragilidad aceptada, la búsqueda de un profundo silencio interior, la participación humilde y titubeante en la búsqueda que viven los ciudadanos de hoy, ¿no será la cruz que tenemos que llevar, recorriendo con Jesús en medio de la oscuridad, esos caminos con la esperanza de que un día se dé la cosecha, aunque quede fuera del alcance de nuestros ojos?
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