Querida Santa Magdalena Sofía:
Tú llegaste al mundo con antelación a causa del fuego, fuego que, como tú, infundía calor y esperanza. Pequeñas llamas traviesas que danzaban al ritmo de tu corazón, abierto a todo el mundo. Eras pequeña, pero te sobraba generosidad y valor.
La poca voz que tenías, la empleabas en proclamar la palabra de Dios. Jugabas justamente y seguías siempre las reglas, sin hacer trampas. Si alguna vez perdías, no te enfadabas e intentabas poner excusas, sino que lo admitías y pensabas que te habías divertido. Eras espabilada e inteligente, ponías ganas en todo lo que hacías y ayudabas a quien lo necesitase. Aprendiste gracias a tu hermano Luis, que fue padrino en tu bautizo. Él te enseñó lo importante que era ser honesta, sincera y tolerante. Con paciencia fue colocando las piezas del puzle de tu buen corazón, formando en tu interior el amor y la alegría.
Al principio te costaba dejar de jugar para centrarte en los estudios, pero, como estabas decidida a hacer el mundo mejor, te sacrificaste día a día, hincando los codos hasta siete horas al día, luchando contra tu voluntad que quería salir de aquella habitación e ir a divertirse fuera.
Cuando alcanzaste la juventud, inmediatamente supiste que no querías pasarte el resto de tu vida limpiando y ocupándote de las tareas de la casa. No, querías ser mucho más. Querías que todas esas niñas que, como tú, rebosaban ganas de aprender, tuvieran una oportunidad de estudiar y tener una carrera decente. La mayoría de las chicas que iban a tus colegios, apenas tenían dinero para pagar un hogar donde vivir, pero cada mes superaban los números rojos y el hambre cosiendo prendas de vestir.
Cuando fundaste tu primer colegio, plantaste un pequeño cedro, que a lo largo de los años fue creciendo y afrontando dificultades, grandes tormentas, épocas de sequía… Pero siguió adelante, igual que tú. Os prohibieron enseñar, pero la chispa de la educación estaba ardiendo en una pequeña hoguera, crepitando con esmero en tu alma. No te rendiste, seguiste luchando y enseñando sin importarte las consecuencias que tendría. Pero tu corazón no era impenetrable, te sumiste en una profunda tristeza, enfermando en la desesperanza.
Aun así, a pesar de todos los males que sentías, continuaste adelante sacrificándote por las niñas y una parte de ti resurgió de las cenizas en tu interior. Te compadecías de las chicas enfermas, porque sabías por lo que estaban pasando, les cuidabas y mimabas, si te pedían algo, tú se lo dabas.
El don que Dios te dio no ha acabado. Completaste tu misión: que las niñas tuvieran derecho a aprender. Aquello que dijiste con cariño: “Por una sola niña, abriría un colegio más.” Cuando una chica se inscribe en los colegios del Sagrado Corazón, aún se puede ver la mirada de Santa Magdalena Sofía, contemplándola con ternura.
Atentamente y gracias por todo.
Marta Lobo Jiménez
6ºC EP Nº 15
6ºC EP Nº 15
Colegio Sagrado Corazón Pamplona
Province |España
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