Más allá de los límites de nuestra mirada
Filipina soñaba en grande y escuchaba profundamente la voz, la llamada de Dios. Ya sea trabajando con aquellos necesitados en la cercanía de la casa en Grenoble, o dando a sí misma un tirón que la alejaría de aquello que le era familiar y la adentraría en el terreno del corazón donde ella hizo su verdadero hogar, Filipina respondió con disponibilidad, creatividad y amplitud, a su deseo de conocer el amor de Dios.
Con fervor, ella habló y escribió abiertamente de sus deseos, sus pensamientos, su discernimiento con Dios. Mi imaginación contemporánea la escucha fácilmente año tras año diciendo: «y, oh, por cierto… Si necesitas a alguien que cruce un océano y comience algo nuevo… yo estoy abierta porque es donde yo creo que Dios me está llamando a ir».
Una cosa es tener el sueño. Otra es la de darle voz. Pero es algo más el conjunto de dejar todo y seguir adelante cuando llega la aprobación… cuando el coste es estimado y las incógnitas se avecinan; rezando y yendo con valentía; diciendo si y caminando aun sabiendo que la duda, el miedo y el desafío serán probables compañeros y a veces, incluso, nos sacarán ventaja por un momento; a decir que sí por encima de todo para compartir el Amor al que yo también he ofrecido mi vida.
Ese nivel de libertad, esa intensidad de compromiso a soñar y discernir, a la Sociedad, a Dios y al pueblo de Dios, es una de las cualidades que más admiro de Filipina.
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