Recibo un email de México de una amiga que me envía este pequeño texto de un cura español, Antonio García Rubio:
«No hay que buscar fuera. No hay que irse a lo espectacular. Dios es la máxima simplicidad y el máximo don. Bendito seas por regalarnos tanto. Eres apenas un murmullo imperceptible que nos llena el alma y nos la deja tan apegada a Ti que ya no es posible separarla nunca jamás»…
Al leerlo siento ganas de detenerme, de quedarme ahí, bebiendo de ese murmullo, permaneciendo; llevando ahí a los que quiero, a los que esperan que les ocurra algo bueno, a tantos rostros que necesitan recibir amor y que están heridos por no poder experimentarlo a tiempo.
He recogido también unas palabras que me han tocado de André Depierre, un cura obrero francés que murió hace unos años y que decía en una entrevista:
«La condición fundamental para evangelizar es que sepamos ver las maravillas de humanidad que viven los más pobres, el rastro de Dios en ellos. Recuerdo una frase de un grupo de trabajadores árabes el día del Ramadán: “Tú eres un hombre de Dios porque te fijas en nosotros”. Antes que nada tenemos que ser contemplativos… Si nosotros no comenzamos por reconocer el trabajo del Espíritu sobre el terreno, ¿quién lo verá?».
Siento que es verdad y que necesitamos transitar con otras y otros hacia ese lugar descampado a las afueras de Belén, para que nuestros ojos se eduquen en su rastro. Él nacerá allí en los rostros de los niños refugiados y de todos aquellos que “no tienen sitio” en las posadas del mundo. En ellos nos revelará la máxima simplicidad y el máximo don, y eso nos bastará.
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