En el 2003, tuve una conversación accidental pero providencial con Susan Maxwell, directora de nuestro Colegio de Sheridan Road en Chicago. Por casualidad salió el tema de mi ministerio de iconos. Mencioné mi deseo de hacer uno de nuestras dos santas, en el momento del envío a la misión de América. Susan, encantada, me dijo que el Colegio encargaría uno, grande, para su capilla. Nuestros deseos coincidían a la perfección.
Gocé buscando en la historia de la Sociedad y en los libros de vestimentas (sobre todo tocas), y de barcos de vela de la primera parte del siglo XIX. Mientras pintaba, me sentía sumergida en la escena, pidiéndole a cada una de las santas que me guiaran…y me dieran paciencia. Se trata de una tabla de madera de 3 por 4 pies, que requiere una mesa alta y la ayuda de otra persona (no siempre disponibles), para poder levantar el icono, y poder hacer la crítica. Con témpera al huevo no se puede usar un caballete, porque las finas capas líquidas chorrearían por la superficie. Como no podía alcanzar la parte superior del icono, si no era desde el otro extremo, tuve que usar un espejo para poder pintar al revés.
Para mí, el momento más importante de la dedicación de la nueva capilla restaurada fue cuando el obispo ungió el altar. No pude menos que sonreír cuando le ví hacer lo mismo que yo había hecho con el icono terminado, unas semanas antes: verter aceite en el centro del altar y en las cuatro esquinas y con la palma de la mano extender el aceite sobre la superficie hasta cubrirlo totalmente. Fue un momento de sensación deliciosa y de consagración.
Patricia Tighe Reid rscj
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