Janet Erskine Stuart nos habla de la Virgen María

Mater in Barranquitas (Puerto Rico) - photo by MC Chandler rscj (USC)

Extracto de “La Purificación” en Prayer in Faith (La Oración en la Fe), pp. 56-58

Al meditar sobre la Fiesta de la Purificación, Janet Stuart observa  que esta fiesta representa una transición entre el Tiempo de Navidad y la Cuaresma. Cuando la Madre de Jesús escucha la profecía de Simeón: “Una espada atravesará tu corazón”, experimentamos ambos sentimientos: la alegría de la Encarnación y la “sombra de la Cruz”. 
 
Ambos: alegría y dolor, fueron reales y verdaderos, y se dieron simultáneamente en la misma alma.  Alegrías costosas y dolores radiantes, y en ellos, María siempre tranquila, siempre fuerte, siempre tan silenciosa, guardándolos en su corazón, enseñándonos cómo vivir los dos, que no debe haber ilusiones en nuestras alegrías ni abatimientos en nuestras penas.
 
Podemos notar tres actitudes en el modo con que la Virgen los acogió: Los guardaba como un tesoro en su corazón, ‘su Madre conservaba todas estas palabras en su corazón’.  No cambió nada en el curso normal de su vida ni a causa de la alegría ni a causa del dolor.  Les permitió trabajar  en su alma…
 
Si ahora fuéramos conscientes de  todas las lecciones que Dios nos ha enseñado en momentos de alegría o de dolor, por medio de las oleadas especiales de gracia que los han acompañado, estaríamos muy adelantados en la vida espiritual.  Pero lo olvidamos, y ese olvido de las lecciones espirituales aprendidas, es uno de nuestros mayores detrimentos.  No guardamos las cosas para ponderarlas suficientemente en nuestro corazón, ya sean luces, sucesos o advertencias, las dejamos pasar. ¿Por qué necesitamos que Dios o los hombres nos enseñen y repitan tantas veces las mismas cosas? Por ejemplo, ‘que el orgullo nos precipita en la perdición’, y que ‘el espíritu se eleva antes de una caída’, que Dios bendice la obediencia y que la voluntad propia no goza de ninguna bendición, que el dolor florece en alegrías, si lo llevamos bien- y todo ello sólo porque no meditamos estas cosas en nuestros corazones como lo hizo Nta. Señora.
 
Cambiamos con gran facilidad bajo sentimientos de gozo o de dolor.   Nos alejan de nuestro deber, perdemos el equilibrio en la alegría, o abandonamos la lucha y nos dejamos desalentar por la tristeza.  Nta. Señora no cambió para nada el curso de su vida ni sus deberes.  No podemos imaginarla sentada con el Niño en brazos, lamentándose por la profecía de Simeón, ni soñando con su futura grandeza.  Continuó cumpliendo su deber con la misma suavidad, como si no llevara en el corazón una espada de dolor.  Toda la fuerza del gozo y del dolor la manifestó en cumplir su deber con entera sumisión a la Voluntad de Dios…
 
Y al mismo tiempo dejó que los gozos y las penas la fueran trabajando.  Recibimos dones inapreciables  que por falta de cooperación no llegan a cambiar nuestras almas.  Cada dolor debería prepararnos a soportar más, cada alegría bien recibida debería ensanchar nuestro horizonte, enriquecer nuestra capacidad de compasión, nuestra ternura, nuestra paciencia. Nta. Señora los dejó realizar en su alma el trabajo propio de cada situación, y harían  lo mismo en nosotros si se lo permitiésemos.
 
Gozos y dolores están destinados a coexistir en la misma alma, a sucederse regularmente en la vida.  Nunca llegaríamos a la santidad si no tuviéramos más que alegrías; Dios fija la proporción de uno y otro para el mayor bien de cada alma – así la alegría anuncia el dolor y el dolor anuncia la alegría.  Llegan como las estaciones del año  en la naturaleza.  El invierno trae consigo la promesa de la primavera, como el dolor la promesa del gozo…
 
Pidamos a Nta. Señora que nos enseñe a hacer fructificar  como ella las penas y las alegrías de la vida.

 


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