Un ensayo de Sue Acheson RSCJ
Introducción
En 2010, la provincia de Inglaterra /Gales inició la preparación del centenario de la muerte de Janet Erskine Suart, que tendría lugar en 2014. En ese tiempo yo trabajaba en una gran universidad estatal, y me invitaron a dar algunas conferencias sobre lo que Janet Stuart nos diría hoy como educadoras. Esto supuso cierta investigación, tomada sobre todo de su libro La Educación de las niñas católicas, Vida y Cartas, escrita por Maud Monahan y las notas manuscritas de las observaciones de clase hechas por la M. Stuart. Me encantó descubrir que, aunque hasta ese momento ella no había tenido una verdadera influencia en mi trabajo apostólico o en mi vida, y a pesar de que el contexto en el que ella trabajó era tan distinto al mío, teníamos mucho en común en cuanto a valores, prioridades y enfoques. Reflexionar sobre estos valores compartidos me dio una nueva confianza y me ayudó a comprender de qué manera mi trabajo era parte de una tradición, de la cual Janet Stuart fue una exponente carismática.
Lo que descubrí fue de qué manera su corazón de educadora estaba presente también en el servicio que prestó de ser amiga y acompañante espiritual de muchas personas. En sus cartas y conferencias vemos los mismos valores de apertura al cambio, de valorar la singularidad de cada individuo y la llamada única de Dios a cada persona. El presente ensayo es una versión editada de la charla que di en 2010, y el inicio de mi relación con Janet Stuart.
Un encuentro con Janet Stuart
El otro día sonó el teléfono de mi oficina; había una persona que quería verme. Yo no esperaba a nadie y al mirarla de lejos pensé que posiblemente era la madre de uno de nuestros alumnos musulmanes, quizás una inmigrante recién llegada de algún país islámico que traía una hiyab de un estilo peculiar. Pero cuando vi su rostro y sus lentes redondos, caí en la cuenta de mi error. Era Janet Erskine Stuart, y venía a ver cómo me encontraba y cómo habían ido las cosas desde sus tiempos. Estaba interesada en la universidad, me dijo, porque se formaban maestros y había carreras en las que se formaban mujeres junto con varones. También quería averiguar cómo, sin los beneficios de una educación católica, lográbamos “pulir” la rudeza de los jóvenes. Y aunque el Cielo era un lugar sumamente estimulante (había mucha caza, y caballos angelicales), extrañaba el dar clases y, por favor… quería ver algo.
Yo estaba un poco consternada. Ambas éramos RSCJ, pero ciertamente nuestros currículums eran muy distintos. ¿Qué teníamos que decirnos una a la otra? Con todo, confiando en que sus oraciones nos trajeran nuevas vocaciones, acepté encontrarme con ella. Comenzamos con el contexto educativo.
Me contó que en sus tiempos (1857-1914), tras la debacle de la Guerra de los Boer, había debates apasionantes sobre el objetivo de la educación. El mal gobierno, la mala administración, la falta de imaginación y la ineptitud habían conducido a la pérdida innecesaria de vidas, a crímenes de guerra y batallas perdidas… Gran Bretaña se había visto casi atrapada en una guerra imposible de ganar. En la prensa, los debates se extendían, hablando de cómo las recientes reformas educativas habían fallado al país y a los jóvenes. Cómo los niños eran constantemente evaluados y forzados a aprender información que no sabían aplicar en la vida real… Recordó los debates públicos sobre lo que significaba ser buenos ciudadanos y cómo los patrones se quejaban de que la educación no proveía de herramientas para que los jóvenes se desenvolvieran en el mundo laboral, tanto en la industria como en los negocios.
Recordó también las discusiones de 1902 acerca de la educación religiosa: ¿debía ser obligatoria en las escuelas primarias del Estado? ¿Llevaría esta educación al sectarismo? Fue también un período en el que se amplió el acceso a la educación universitaria, especialmente para las mujeres, y esto también causó controversia. Suspiró – había muchas ideas interesantes, y muchas eran realmente buenas. Las maestras, como escribió ella en su libro sobre educación, comprendían la enseñanza y el aprendizaje; y una intromisión excesiva de parte del gobierno, aunque fuera bien intencionada, podía hacer más daño que provecho.
De modo que en esto había puntos de contacto. En Inglaterra seguimos debatiendo si los exámenes públicos cumplen su propósito. ¿Por qué nuestros jóvenes de 16 a 24 años ocupan los últimos lugares a nivel internacional en habilidades lectoras y numéricas, a pesar de haber pasado por diversas reformas en las últimas décadas? ¿Los jóvenes que terminan la escuela, tienen las habilidades necesarias para el mundo del trabajo? ¿Será que centrarnos el papel funcional de la educación universitaria implica perder el valor que se le daba tradicionalmente a la formación integral de la persona?
Pero había también muchas diferencias entre nosotras. Su mundo, -el que describe en La Educación de las Niñas Católicas– era aparentemente una burbuja dorada: un internado católico, privado, para unas 150 niñas provenientes de familias ricas. Mi universo educativo era la educación pública, en una institución para 3,500 alumnos de carreras técnicas, así como de programas académicos y vocacionales. Entre nuestras preocupaciones estaban las luchas de pandillas, los jóvenes sin hogar, la falta de apoyo de los padres, problemas de salud mental… Hay guerras todavía, y angustia por preguntas sobre el para qué de la educación. Janet Stuart sabía de la tensión y los conflictos en familia y, a través de su trabajo en las escuelas llevadas por la Sociedad, pero parcialmente subvencionadas por el Estado, pudo comprender el mérito y las frustraciones que conlleva adaptarnos a los requisitos del gobierno. El mundo de Janet era distinto en los detalles, pero podía reconocer los mismos objetivos.
Le pregunté lo que pensaba sobre los programas. Sus ideas, debo confesar, parecían limitadas. Apoyaba el estudio de la naturaleza, pero no Física ni Química. Animaba a estudiar una especie de Filosofía, pero en realidad era sólo historia de las ideas (católicas), con poca lógica en ella. Me gustó su entusiasmo por la Historia. Economía doméstica, algo de Matemáticas, Religión, Inglés y Arte completaban el mapa. ¿Qué opinaba sobre Ingeniería, Administración, Diseño? “Posiblemente sean muy útiles para los hijos de los trabajadores”, dijo, “ya que tienen que buscarse la vida. Pero eso es más instrucción que educación”. Yo no estuve de acuerdo, pero también pensé que las cosas tampoco han cambiado demasiado. Todavía hay una dañina división en Inglaterra entre las carreras “académicas” y “vocacionales”; los empresarios se quejan de los estándares, pero a menudo prefieren contratar personas con formación académica más que vocacional. A Janet le sorprendió, pero también se quedó pensativa, cuando le expliqué por qué las ciencias y las matemáticas eran tan fundamentales en la educación, incluyendo por supuesto la de las niñas. Estuvo de acuerdo en que la sección de su libro en donde asume que no es así, posiblemente “ya no funciona”.
Le pregunté su punto de vista sobre la educación superior y nuevamente quedé decepcionada. Su entusiasmo por la educación superior para mujeres tenía sus matices. Las mujeres de su tiempo podían estudiar para tener un título, pero le parecía imposible que se beneficiaran plenamente de la experiencia universitaria dado que evidentemente, no podían permitírseles las mismas libertades sociales que a los hombres. Y además estaba el tema de la falta de oportunidades para que las mujeres usaran sus títulos en el mundo laboral. Me pareció percibir en ella cierta emoción – incluso envidia – por las oportunidades disponibles actualmente, y cómo las niñas y mujeres pueden encontrar su “telos” más allá de los límites de la familia y de las expectativas de la sociedad.
Janet se mostró comprensiva frente a la política actual de mejorar el nivel educativo, con la insistencia de los inspectores de que sólo lo “sobresaliente” es suficientemente bueno. Ser sobresaliente es agotador. Puede quitarte la alegría de enseñar, a menos que comprendas que lo único que significa es que cada persona que salga de tu aula debe irse creyendo confiadamente en su potencial único, y con las habilidades necesarias para que ese potencial florezca en su vida y en la de otros. Me recordó que frecuentemente escribió animando a “lo más alto y lo mejor”. Reconoció que sólo la excelencia era suficientemente buena para las almas “reales” de las niñas que ella educó. Reconoció que lo que ella llamaba “la pérdida de dirección” en la sociedad, significaba que las niñas y las mujeres debían tener ingenio para salir adelante, “cuidando y siendo responsables de sí mismas”.
A los inspectores modernos esto les encantaría. Lo llaman “ser un alumno independiente”, y se refieren al “desarrollo moral y spiritual” y a la “cohesión social” que se genera cuando alentamos a los estudiantes a respetar mutuamente las diferencias y a aprender de ellas. Por otra parte, al inspector moderno le vendría bien sentirse interpelado por la insistencia de Janet de que “tanto pesar y medir, inspeccionar y reportar, ejercitar y forzar, comparar, aplaudir y hacer tabuladores de resultados… estos entusiastas de estudiar al niño… son como deportistas que destruyen una tierra desconocida, exterminando las especies raras de animales salvajes que se encuentran ahí…” La verdadera prueba de la excelencia está en lo que sucede durante las clases y el ‘resorte vital’ con el que salen los estudiantes al final. Ningún alumno, dijo, debería irse de una clase tal como entró a ella.
Llevé a Janet a observar algunos grupos. Disfrutó las clases y retroalimentó a las maestras de una manera más fuerte de la que a algunas les gustaría. Advirtió a una maestra de matemáticas que “la clase tendía a confundir al introducir demasiadas dificultades al mismo tiempo” y le dijo a una maestra de literatura que “iba corriendo como un cochero, dejando a los alumnos más débiles ‘abandonados’ y sin aliento”. La que le gusto más fue una clase de arte, en la que se animó a todos los alumnos y alumnas a expresar lo que observaban desde su propia perspectiva, resultando unas obras de arte muy creativas que expresaban la individualidad de cada uno.
Cada mente, subrayó, necesita ser buscada ahí donde está, con sus propias imágenes mentales, vocabulario, hábitos de pensamiento y atención, y requiere consideración y adaptación de cada materia en su caso particular. Los jóvenes, me recordó, no reconocen espontáneamente que hay distintas maneras de aprender de acuerdo a los distintos temas. Hay una forma para las tablas de multiplicar, otra distinta para historia y otra para la poesía. Necesitan aprender cómo aprender. Subrayó también la importancia de hacer buenas preguntas. Asegúrate de que tus preguntas son claras y están bien enfocadas, me aconsejó. Dale a los alumnos tiempo de pensar y contestar. Usa preguntas para abrir nuevos campos de pensamiento, para verificar el aprendizaje, para ensanchar a los principiantes. También hizo énfasis en la importancia de celebrar el pensamiento independiente, aunque parezca agresivo y presuntuoso: “la excesiva seguridad con la que ven las cosas es característica de su edad, y es mejor que muestren eso que una falta de valor frente a todo lo que se les presenta. Las mentes demasiado sumisas tendrán grandes problemas en el futuro”.
Bueno, no tenemos el problema de las mentes sumisas en esta Universidad, aunque hay muchas perezosas o confundidas. Le ofrecí un trabajo, pero ya está poniéndose nerviosa, extraña los campos de caza del cielo, así que lo rechazó amablemente.
Ya de salida, me recuerda que lo más importante es que “a nosotras mismas nos debe importar aquello que enseñamos”. Las mejores lecciones son aquellas en las que la maestra tiene lo que ella llama “sinceridad” – una suma de carisma y formación que viene del corazón. No es un mero espectáculo, sino que comunica valor e inspira a la persona a experimentar en sí misma que “vale la pena vivir”.
Yo estaba encantada de que hubiera caído de visita. A pesar de los cien años que nos separaban, teníamos mucho en común y pensé que era una lástima no haberme encontrado con ella antes. Lo intenté otra vez: “¿No quisieras trabajar al menos como asesora?” Lo va a pensar. Mientras tanto, su caballo empieza a estar inquieto y corre el riesgo de ser secuestrado por los alumnos de una universidad rival, que tienen estudios equinos. Ella se va, y yo vuelvo a mi trabajo.
Reproducido con permiso del http://rscj.org
Una traducción francesa será publicado en cuanto esté disponible.
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En la noche del 19 de agosto de 2015, Dios llamó a Sue a la plenitud de la vida.
Ella tenía 60 años y había estado viviendo con valentía contra el cáncer durante varios meses.
Por favor oren por su familia, amigos y nosotras, sus hermanas RSCJ, como experimentamos nuestra pérdida.
En los últimos años Sue había realizado una amplia investigación sobre la vida y la espiritualidad de Janet Erskine Stuart.
Ella nos dio toda la entrada en la Conferencia de 2013 con el que comenzamos la conmemoración del centenario JES,
y era un orador principal en los eventos de JES 2014.
Referencia: http://www.societysacredheart.org.uk/news-events.html
Sue (sentada, tercera desde la izquierda), con la Comunidad de la Probacioón (2015).
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