Viví en La Rioja desde marzo de 1971 hasta febrero de 1977. Tres años en Famatina y tres años en Malanzán. Me tocó empezar las dos comunidades.
Tanto en Famatina como en Malanzán la vida eclesial fue sumamente importante. No dudábamos en hacer 300 kilómetros para encontrarnos en las reuniones de decanato mensualmente, en las reuniones de religiosas o diocesanas periódicamente. También las visitas del Obispo y el compartir con los curas era habitual. Vivíamos realmente una Iglesia en corresponsabilidad, donde participábamos no sólo en las actividades pastorales sino también en la planificación y en las decisiones. (Hoy le diríamos “una Iglesia circular.”)
Teniendo en cuenta que fueron mis primeras inserciones y en coincidencia con el post-Concilio, creo que puedo decir que fuimos creando nuestra propia vida religiosa. No teníamos parámetros más que el Evangelio y las cinco maravillosas opciones del Capítulo General de 1970. La Sociedad y la Iglesia estaban en crisis. El país ardía. Pero fueron tiempos de enorme creatividad y responsabilidad personal y comunitaria.
Para poner un ejemplo concreto, recuerdo que en aquella época siempre vivíamos en tensión entre el compromiso con el pueblo y la Iglesia riojana y el compromiso con la provincia ARU. Tuvimos que ir descubriendo el equilibrio. Tuvimos un gran maestro en Monseñor Angelelli que tenía una enorme valoración de la vida consagrada. También tanto la provincial, como la Madre General y su equipo, fueron de gran ayuda con sus orientaciones.
Hacia el final de mi estancia en La Rioja la experiencia del martirio marcó mi vida y mi espiritualidad para siempre. Después del asesinato de los curas Carlos Murias y Gabriel Longeville en Chamical, me tocó quedarme dos semanas en la comunidad de las hermanas josefinas para acompañarlas, mientras Monseñor Angelelli se hizo cargo de la parroquia. Fueron días de mucha oración y reflexión, de sufrir y esperar lo peor, de prepararnos a morir…
Finalmente el 4 de agosto, Jesús eligió al Obispo para dar la vida por su pueblo. La vivencia de ser perseguidos por vivir el evangelio y asumir las consecuencias fue muy fuerte. Y la ausencia para siempre del Pastor desgarró mi corazón y fortaleció mis opciones.
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