«Sea cual sea el desafío, Dios nos lleva adelante en esperanza.»

 
Esta es la homilía dada por Richard Sheehy PP
de la Parroquia de Nuestra Señora de Dolores en Glasnevin, Dublín
el 25 de mayo de 2018, fiesta de Santa Magdalena Sofía Barat.
 
 
Hace casi un mes, se erigió en Londres  una estatua  a Millicent Fawcett – primera estatua de una mujer en la Plaza del Parlamento en Westminster, mujer que ya en 1870 promovió una campaña por el derecho  a voto de las mujeres.
 
Su personalidad puede parecer muy diferente a la figura de Magdalena Sofía Barat pero en esencia ambas se adelantaron a su tiempo, vieron una necesidad  y lucharon por ella.

Lo que llama más la atención en Magdalena Sofía es que fue impulsada a fundar una congregación antes de haber cumplido los 21 años, y sin que una posible falsa modestia la detuviera. Es aún más asombroso que Sofía comenzara esta andadura en un momento histórico que no podía ser menos favorable. Tenía solamente 10 años cuando estalló la Revolución Francesa con su virulento y en algunos aspectos justificable anticlericalismo, que provocó un rechazo a la fe  considerando la religión irracional, producto de una mente infantil. Sin embargo está situación no apartó a Magdalena Sofía de su visión de ofrecer a las jóvenes un camino “hacia una plenitud de vida”, por medio de la educación enraizada en la fe. Tuvo una concepción global de la educación, considerando las relaciones basadas en la confianza como clave del aprendizaje.

Esto debe animarnos hoy cuando luchamos por discernir donde nos llama la misión en un mundo en el que la fe parece cada vez más sin sentido e incluso irrelevante para la cultura actual. Es significativo que nos reunamos para celebrar la fiesta de Magdalena Sofía en los días siguientes a Pentecostés.

En la Iglesia se está vivenciando un muy claro sentimiento de muerte, particularmente pero no exclusivamente en Occidente. La dramática disminución de vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, especialmente en este país, es un índice de una decreciente sensibilidad religiosa y más aún de  una falta de interés por el misterio de Jesucristo. El  resultado del referendum de hoy puede expresar otro desajuste cultural significativo. Aunque esta experiencia sea desalentadora, quizá sea necesario pasar por una muerte porque el Espíritu Santo quiere hacer nacer algo nuevo. “Si no me voy, el Espíritu Santo no vendrá a vosotros,” dijo Jesús a sus discípulos.

Nuestra tarea hoy es preparar el terreno para un futuro que no podemos ni siquiera imaginar,  “si el grano de trigo caído en la tierra no muere permanece solo pero si muere produce un gran cosecha.”

Cuando os reunisteis en vuestro Capítulo General en 2016 tuvisteis el valor de reconocer en la experiencia de abandonar unas formas de apostolado más tradicionales una llamada a abrazar “nuevas fronteras” para vivir una vida más cercana a otras personas, a profundizar vuestra “capacidad de escuchar los latidos del Corazón de Dios en vosotras mismas y en el mundo, y a vivir más unidas unas con otras en solidaridad con el mundo”. Sea cual sea el desafío, Dios nos lleva adelante en esperanza.

¿Dónde encontramos signos de esperanza? Yo los encuentro en la fidelidad de los miembros de más edad de la Iglesia, a pesar de la decepción respecto a la Iglesia que han visto últimamente; en el ánimo de los padres jóvenes que yendo contra corriente intentan compartir con sus hijos  los valores cristianos profundos y la fe; en el idealismo y la bondad de los jóvenes. Estoy seguro de que vosotras tenéis las mismas experiencias. También nosotros estamos llamados a ser un signo de esperanza por nuestra fidelidad y nuestra apertura hacia donde quiera el Espíritu dirigirnos. Nuestra tarea es nada menos y nada más que la que contemplaron desalentados los discípulos en el período de la Ascensión/Pentecostés, pero tenemos la seguridad de que el Espíritu Santo está con nosotros.

En cuanto acabe la Misa vuelvo a mi parroquia a celebrar el funeral de una parroquiana que murió el martes a los 101 años. Era una mujer de fe profunda, que tuvo en su vida alegrías y sufrimientos. Cuatro de sus seis hijos murieron antes pero hoy la lloran 19 nietos y 22 biznietos. Quizá el regalo que ella les haga en su partida sea recordarles el don de la fe.

Me siento privilegiado por celebrar esta mañana con vosotras. Soy muy consciente de las conexiones. La primera casa del Sagrado Corazón en Dublín fue en Glasnevin, donde yo tengo mi parroquia actualmente. La única hermana de mi padre, Ruth, entró en la Sociedad del Sagrado Corazón y fue destinada a Japón en 1960 (el mismo año en que yo nací), allí pasó 50 años dedicada a la educación. Cuando enfermó de cáncer fuimos a verla a Tokyo y tuve el gran privilegio de conocer a la Madre Brigid Keogh, autora del canto final de nuestra celebración,  una personalidad extraordinaria. Tenía entonces 98 años e insistió en invitarnos a comer en un estupendo restaurante francés. Propuso un brindis, y nos preguntó: “¿quién quiere expresar algo?”. Casi inmediatamente respondió a su propia pregunta: “Ya sé:¡brindemos por el futuro!”.

Pidamos al Espíritu Santo, a la Santísima Trinidad, a Santa Magdalena Sofía que muchas religiosas del Sagrado Corazón, como Brigid Keogh, que nos han precedido nos ayuden a ir siempre adelante en fe y confianza, comprendiendo que es al Reino de Dios a quien estamos llamadas a servir fielmente, no a nosotras mismas.

 


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