En uno de los pasillos de la Trinità dei Monti
Pauline Pedrau, postulante,
pintó un fresco de María adolescente.
La virgen está sentada en un pórtico del Templo de Jerusalén,
sola, de espaldas a la llanura.
Entornó los párpados y contempla
lo esencial invisible a los ojos;
las manos descansan en el regazo,
sosteniendo un libro olvidado;
en el lado derecho, un lirio; a la izquierda, la rueca;
a sus pies un libro en un cesto de costura.
Desde un punto de vista artístico, no es una imagen perfecta:
este libro, encuadernado, es evidentemente anacrónico;
esta llanura aluvial, más romana que palestina;
y ninguna costurera sabrá coser
este manto tan complicado que envuelve a María.
Sin embargo, tal frescura de inocencia y tranquilidad
surge del conjunto,
que las alumnos huyan a contemplarla:
«Es la única Madonna de nuestra edad».
Del libro: Bajo el signo del fuego – M. Thereza Latgé RSCJ, Brasil
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