Vidas entregadas

La escena de la película indonesa “Laskar Pelangi” se desarrolla en un pueblito aislado de la isla de Sumatra. A la sombra de una palmera, algunas caritas jóvenes, vestidas con harapos, remendados con el hilo de la dignidad, fijan la mirada en su maestro. Ese musulmán septuagenario, dispuesto a prodigarles sabios consejos y a iniciarlas al Corán, ha dado en el blanco. Evidentemente, ha entregado su vida por esas criaturas y, teniendo en cuenta su indigencia, busca ofrecerles, lo mejor

“… no se pregunten qué pueden recibir de la vida, sino qué es lo que pueden dar…”

¡Este himno al amor ha tocado el corazón de cada uno de esos niños! Y los vemos impulsados majestuosamente para enfrentar la aventura de la existencia, dispuestos a alcanzar la estrella de la única misión humana: entregar su vida

Esta escena cinematográfica resume ella sola la experiencia internacional que viví en las islas Filipinas principalmente, y en Indonesia: ser testigo privilegiado de vidas entregadas que dejan resonar esa vibrante llamada con la que el Hijo del Hombre nos convoca sin rodeos “He venido a servir y a entregar mi vida” (Mc.10, 45), “Vayan…”

¿De qué manera mis hermanas y las personas que las rodean viven este envío, y de qué manera Cristo nos enseña a poner música a esta sinfonía pascual?

“El compromiso, el verdadero compromiso surge del amor hacia hombres y mujeres, hacia niños y ancianos … rostros y nombres que llenan el corazón. De esas semillas de esperanza sembradas pacientemente en las periferias olvidadas del planeta, de esos brotes de ternura que luchan por subsistir en la oscuridad de la exclusión, crecerán inmensos árboles, surgirán bosques densos de esperanza para oxigenar este mundo” (discurso del Papa Francisco a los Movimientos Populares, Santa Cruz, Bolivia – Julio 2015).

Esas palabras del Papa Francisco hacen eco en la visceral alianza que nuestras hermanas han sellado con su entorno. Desde el centro de Jakarta hasta la granja de Samar, pasando por la escuela de Montalbán o la comunidad de Ormoc y muchos otros lugares, me quedé maravillada por su compromiso. Si se trata de olvido de sí misma, veo que es la totalidad de la persona la que se entrega: desde gestos de compasión hacia una familia que sufre o por una hermana enferma, hasta compartir saberes para crear condiciones de crecimiento, pasando por horas de acompañamiento, pacientemente desgranadas. A las hermanas en formación, como al trabajador agrícola o a la maestra que se inicia, se les ofrecen los medios que permitirán lograr mejor el objetivo. En su manera de amar, mis hermanas esperan en el otro. 

Al contemplar esto, ¿qué nos revelan aquellas personas a quienes somos enviadas?

“Ustedes, los más humildes, … ustedes pueden hacer y hacen mucho. … Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de «las tres T»(trabajo, techo, tierra) y también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio: cambios nacionales, cambios regionales y cambios mundiales. ¡No se achiquen! Ustedes son sembradores de cambio. Viven cada día, inmersos en el corazón de la tempestad humana"  (Papa Francisco, Bolivia ).

En una región expuesta a  los tifones, tanto a los del océano como a los de la economía, me quedé maravillada por la resiliencia del pueblo filipino. Mantener el valor de reconstruir, de superar la pérdida trágica de personas queridas, encontrar soluciones audaces frente a la penuria, enfrentar las borrascas de la inmigración para apoyar a su familia y, a pesar de la indigencia, vivir la increíble riqueza de una generosa y desconcertante hospitalidad. Proezas incontables que nos conmueven, porque llevan el sello del don y de una fe viva. Se convierten en una punzante necesidad de escuchar la voz de los sin voz, no para presumir de una caridad aparente sino porque están fortalecidos por una experiencia humana tan valiosa. En la noche más oscura han sabido entregar sus vidas superando los obstáculos para dirigirse hacia la luz.

          

Fotos por Jose de Luna

Si todas esas vidas se han entregado de una manera tan hermosa, es que en Jesús se nos ha revelado el camino.

A semejanza de un nacimiento, la encarnación nos manifiesta un movimiento de “salida de sí mismo”. Este es Jesús, “encarnado en el mundo”, lanzado dentro de todo el espesor de nuestra humanidad. Su venida habla de lo inaudito de un Dios que se abaja; Jesús no descansa hasta llegar a lo más bajo de la sociedad que lo rodea, a lo más profundo de los corazones golpeados, al epicentro de todas las heridas, a los últimos rincones de nuestros vagabundeos y a los confines de nuestros miedos o de nuestros prejuicios. La manera de darse es, ante todo, inclinándose hasta arrodillarse para estar cerca de nuestros pies. Desde lo hondo de su ternura, vendrá a curar, limpiar, ungir. “Consuelen, consuelen a mi pueblo…” (Is. 40, 1) ¿Cómo participamos  en esta misión con esa misma actitud de humildad?

Y cuando su gesto despliega su fuerza liberadora, queda marcado el sello de la gratuidad: Jesús no condiciona a nadie. La mayor parte de las personas encontradas y sanadas, continúan por su propio camino. Por otro lado, Él es también alguien que se deja encontrar por el otro, en profundidad. Después de la madre naturaleza, manantial de sus parábolas, son los más pequeños los que se convierten en su fuente de inspiración. Jesús detectó la belleza de sus corazones y el ardor de su fe. Desde la mujer con rostro arrugado por la pobreza de su viudez, que ofrece su óbolo, hasta la sirofenicia, que con las pocas migajas que recibe revoluciona Su misión, son muchos los encuentros que lo orientan. Sus entrañas se conmueven por la compasión, sus lágrimas corren y por cada persona, está resuelto a amar “hasta el extremo” (Jn.13, 1–15).

Sin embargo, entra en misión por la puerta estrecha de la fragilidad, o más bien por la aceptación de una radical vulnerabilidad. Recién nacido entregado en manos de otros será el hijo del carpintero que no tiene hogar. Del pesebre a la cruz, ningún muro se levantó entre él y los demás. Sin piedra donde reposar la cabeza, es ese nómada que mendiga la hospitalidad en nuestros corazones. El timbre de su voz es el de la delicadeza y el respeto a nuestra libertad “¿Qué quieres que haga por ti?” (Mt. 20, 21) Tan cercano y tan distante, entrega su vida, nadie se la quita. Sus verdugos convierten su cuerpo en receptáculo de todos los insultos, suciedad, ignominia, pero su espíritu reposa en las manos del Padre. Y cuando nos entrega su cuerpo y su sangre, nos abre a la comunión universal.

“Mi padre”, “mis amigos”, “mi gozo”, todo lo que poseía nos ha sido ofrecido con alegría y gratitud. La alegría y el agradecimiento se convierten en nuestra marca de fábrica. No una alegría estrepitosa y efímera, sino un gozo cristalino que contagia el valor de luchar contra la injusticia, el dolor, la traición, y que comunica el gusto por seguirlo. Una felicidad que contagia la fuerza para acabar con todos nuestros repliegues y construir la amistad entre todos. Todo se ha consumado y he aquí que nos convertimos en herederos de un Reino en el que  la unidad se logrará por el don de nuestras vidas.

     

Fotos por Jose de Luna

Ahora bien, el don de Su vida no disminuye el misterio pascual porque Él es el fruto Entonces ¿a qué faltas de esperanza,  a qué miedos, a qué  falsa imagen de mí misma, a qué engañosa conquista tengo que morir? ¿De qué tengo que desprenderme? Y, en la adversidad, ¿qué posibilidades  se me abren? La hoja de ruta de nuestra misión es sencilla: “con la fuerza que hay en ti, anda” (Jueces 6, 14)  Ya sea que nuestros caminos pasen por la prueba del fuego o por la caricia de una suave luz, su Espíritu dibuja ya los perfiles de una nueva vida, re-suscitada por el don de la Suya. Entonces, ¿sabré seleccionar mis deseos para expresar su quintaesencia: “Dame solamente el amarte” ¿Podrá ser el corazón de nuestra misión?

Rachel Guillien rscj          


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