Este año comenzó la temporada de Cuaresma con una limpieza general, un recordatorio de nuestro viaje finito y de la necesidad hacer que cada momento tenga su valor.
Era también una invitación para mí a reconocer quién soy, un desafío a abrir mi corazón muy hondamente para ver lo que puedo ser y para mirar hacia fuera con los ojos de mi corazón en un mundo que necesita justicia y misericordia para todos.
Primero me sentí llamada a responder a los “leprosos” de mi vida, a los que he excluido, y a nombrar mi propia herida y buscar formas de ser un instrumento del amor de Dios más efectivo.
Después estuve un tiempo mirando al logo JPIC y dejándolo colarse en mi corazón.
Como tal, el logo JPIC representa para mi un sacramento de la vida. La pieza central es el corazón abierto de Cristo, un corazón que late, un corazón de sueños donde Cristo está en todos. También me atrajo Sofía, la tejedora de sueños, con los brazos extendidos por todo el mundo y en contacto con los elementos que traen vida y gracia a través de las aguas del Bautismo, las lluvias que nutren la tierra y las llamas que representan la vida en el Espíritu.
Más tarde mi foco en el logo se convirtió en los espacios en donde viven las posibilidades, donde soy llamada a la responsabilidad personal a transformar y ser transformada: “a ver lo que Tú ves” (Evangelio de Lucas).
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