“La más completa (disposición para renovarnos en Adviento) sería hacer de nuestra Adviento un tiempo de perfecto y sagrado silencio. El silencio es la madre de la oración y la guarda de los pensamientos santos. El Silencio nos desprende, la charla nos embrolla; el silencio nos hace vigilantes sobre nosotras mismas y nos protege; la conversación, incluso la necesaria, nos compromete. Si guardamos perfectamente el silencio durante una semana, cuántas faltas desaparecen de nuestra confesión semanal: faltas de paciencia, de caridad, de obediencia, de conformidad, de discreción etc. El silencio fomenta la calidad del santo temor. La reverencia ante la presencia de Dios nos hace silenciosas y fortalecidas por ese silencio. ¿Quién romperá el silencio si está penetrada de la presencia de Dios? También la esperanza es fortalecida por el silencio, porque el alma silenciosa es mejor instruida por las lecciones particulares del Señor sobre el Espíritu Santo y eso trae siempre al alma esperanza y suavidad.”
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