Rose Marie Quilter

Algo sobre mi vida: soy la mayor de 6 hermanos, de una gran familia de 45 primos hermanos. Me sentí llamada a la Sociedad por su espiritualidad claramente centrada en Jesús, y por su carisma contemplativo; entré después de graduarme en LeMoyne College, un colegio de los jesuítas de Syracuse, Nueva York. Mis primeras profesoras fueron las Hermanas Franciscanas, a las que agradezco su  influencia.

Entré en Kenwood en 1958, hice mis primeros votos en 1961, e hice la profesión en Roma en 1966, en la probación “la confiante obeissance”. Hasta 1970 dí clases y tuve algún trabajo de administración en Kenwood, Greenwich y Noroton. En los años 1970 fui miembro de dos de nuestras comunidades que tomaron una forma de vida más adaptada a la época, vida contemplativa y de servicio con  religiosos y seglares –primero en una casa de oración,  Abba House, en Albany y, después, en Epheta House, cerca de Detroit. Este último ministerio me condujo naturalmente a la pastoral ya que la Archidiócesis de Detroit pidió nuestra presencia en las parroquias. En mi primera parroquia, Santa Rita de Detroit, ayudé a que se creara un servicio de laicos en la parroquia para asistir a los jubilados, especialmente a los enfermos y a los recluídos en sus casas. Después de algunos años me gradué en pastoral (M.Div) en el Seminario de la Inmaculada Concepción de la Archidiócesis de Newark. En 1982, cuando las cinco provincias de los Estados Unidos se unieron para formar una sola provincia, me trasladé a Houston, Texas, donde fui Directora de Educación Religiosa en dos parroquias, Nuestra Señora de Guadalupe (en español e inglés) y en Santa Ana.

Después de un tiempo sabático, me sentí llamada a una forma de servicio más tranquila. Pensé en dedicarme a la capellanía o a dirección espiritual. Tenía alguna experiencia en ambos campos. Había hecho un poco de dirección espiritual en las parroquias y algunos grupos de retiros frecuentemente.

Se fue dibujando mi actual ministerio después de recibir mi primer masaje profesional de manos de una religiosa Carmelita  que era enfermera titulada y terapeuta masajista. La atracción al principio fue intuitiva pero profunda. No podía explicar a nadie porqué deseaba hacer esto, y al principio, la idea no fue acogida con entusiasmo. Traté de olvidarlo y durante unos pocos años hice “cosas para las que estaba preparada”. Llegué a estar algo deprimida. Descubrí, en el curso de terapia para curar la depresión que no había hecho caso de una llamada profunda y pedí de nuevo estudiar para masajista. La enseñanza inicial fue básica y de corta duración, pero muy práctica y resultó muy bien.  Así, mi principal servicio desde 1993 fue ofrecer masajes terapéuticos.

Desde que tuve el permiso de aprender a dar masajes, tuve un gran apoyo de la Sociedad para hacerlo. Es una maravillosa prolongación de la oración porque es algo tranquilo, integrador y porque pide constantemente aprender de los clientes como cualquier otro profesional de la salud. Hay elementos de arte y de ciencia en la práctica de dar masaje. Pide atención física, emocional y espiritual y también es una llamada a vivir de una manera lo más equilibrada posible. He atendido a mujeres embarazadas y a sus bebés, a personas cercanas a la muerte, a hombres y mujeres luchando con la depresión, recuperándose  de maltratos, de duelos y pérdidas.

Desde 2002 cuando vencí el cáncer que me habían diagnosticado a tiempo, estuve dando masaje a las hermanas mayores de Kenwood. Fue un gran privilegio trabajar con las enfermeras, ayudando a estas maravillosas ancianas, algunas de ellas, superioras, maestras y consejeras mías. El don personal más grande de este ministerio, para mí, es que me llama en cada momento a depender de Jesús y poder ser su instrumento de curación y de paz para aquellos que toco. Desde luego, le encuentro en cada persona que se confía a mi cuidado.

Mirando hacia atrás, me doy cuenta que fue mi familia quien me introdujo en este ministerio. Mi madre me enseñó a darle masaje en los pies cuando tenía 6 años. Cuando tenía 9, me enseñó a dar masaje a mi  hermana pequeña, Mary Margaret, paralítica cerebral, minusválida y a la vez maravillosamente brillante. Lo último que hice por cada uno de mis padres antes de su muerte fue darles un masaje, años antes de recibir el diploma de profesional. Un día, en mi retiro me sentí llamada a ser “un pequeño gesto de amor”. Mi confirmación en este servicio me llegó a través de la Sociedad, que me ha educado a través de mi vida y me ha dado el deseo de manifestar el amor del Corazón de Jesús en todo lo que hago. El aspecto eucarístico de este ministerio se revela siempre que toco el Cuerpo de Cristo en el otro, especialmente, ahora, en mis hermanas. A veces unto con aceite a las que están enfermas o próximas a la muerte. Estoy asombrada y agradecida a Dios por haberme llamado a esta vocación dentro de nuestra vocación, y estoy muy contenta cuando oigo que otras rscj se dedican a este mismo ministerio de salud integral. Como miembros de la Sociedad, este servicio da un matiz especial a nuestro carisma educador, el de ser suave olor de Jesucristo, sirviendo con espíritu humilde y compasivo.

 


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